No es un asunto nuevo, pero en estos días toca su celebración. La defensa de los derechos de la mujer es milenaria, desde que empezó el mundo. Su evolución ha sido desigual. Tuvo una mayor visibilidad con su incorporación al mercado laboral, cuando sus condiciones eran tan míseras para la mujer y para los niños que provocaron las primeras manifestaciones en Nueva York, a mediados del siglo XIX, en plena revolución industrial, con el lema de “Pan y rosas”, un 8 de marzo de 1857. 

 

El día más duro se vivió el 25 de marzo de 1911 en la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist de Nueva York. Una colilla mal apagada tirada en un cubo con restos de tela sin vaciar durante meses provocó un gravísimo incendio. Los trabajadores no pudieron escapar de aquella ratonera ya que entonces se cerraban como norma las puertas de las escaleras y de las salidas para evitar robos. El resultado fue demoledor: murieron 123 mujeres y 23 hombres, la mayoría jóvenes inmigrantes. 

 

Tuvieron que pasar muchos años y reivindicaciones para conseguir el derecho a votar, pero no fue hasta 1975 cuando la ONU declaró el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer. En estas fechas, el color morado se extiende por todo el mundo y aunque cada país proclama sus necesidades propias, todavía hay reclamaciones comunes, como es la plena igualdad entre hombres y mujeres. Y una lacra que continua: la violencia de género. Un asunto, común incluso en los países nórdicos, que no se erradica y que cada año causa decenas de muertes de mujeres y de sus hijos.

 

La educación puede ser una de las claves para afrontar estos malos tratos. En este capítulo, el porcentaje de mujeres con discapacidad que padecen la violencia de género es mayor. Y se incrementa en el mundo rural y en personas con discapacidad intelectual. Una vez más, se incumple la Convención de la ONU sobre las Personas con Discapacidad, como en la esterilización forzosa de las mujeres (el Senado ha tomado la iniciativa para su desaparición).

 

Es una tarea de todos afrontar de una vez por toda esta realidad, como también lo es fomentar la igualdad de oportunidades y la inserción laboral de las mujeres en todos los sectores económicos, así como en los puestos de dirección de las compañías. 

 

No se puede seguir perdiendo la capacidad de la mitad de la población, ni es justo ni conveniente. Desde la familia hasta el puesto de trabajo esta situación debe cambiar por el bien de todos. Y el momento de la igualdad llegará.